Ensayo sobre la distancia

 

Distancia necesaria

 No hay distancias cuando se tiene un motivo”

JANE AUSTEN, Orgullo y Prejuicio.

 

Cuando decidí abordar el tema de la distancia me di cuenta que puede ser planteado desde cuantiosos lugares y perspectivas, a partir de allí pude construir la mía, logré darme cuenta que la distancia como dice Austen, no existe si se tiene un motivo. Con ella podemos mostrar empatía con nuestros vínculos afectivos y lograr muchas veces, que estos funcionen. Sin embargo, desde que tengo uso de razón, observo y percibo como las personas se desmoronan lentamente cuando deben distanciarse, principalmente si tiene que ver con la distancia física, ¿pero a raíz de qué o por qué sucede esto? Se dará en la medida en que podemos apelar y caer en la cuenta que el cuerpo no solo se siente limitado, sino que también reprimido. Siente que no puede amar ni ser amado; si no puede tocar o ser tocado no se siente deseado. Está condicionado, vacío e infuncional. Se cierra a la reflexión ya que, no se la permite. Es incoherente y disperso. No sueña.

Pero si posicionamos a la distancia en sus diversas formas podemos advertir que no siempre es algo lamentable porque nos ayuda, sana y salva. Nos permite extrañar (nos) eso que fuimos o anhelamos ser. Toca nuestro corazón y lo más profundo del alma. Potencia y arma lo desarmado.

Sé que muchos y muchas no estarán de acuerdo conmigo leyendo las primeras líneas  porque ya lo decía Aristóteles: “El hombre es un ser social por naturaleza” y que “necesitamos de otros para sobrevivir”. Aquello claro está. También la idea del hundimiento en la perdición de lo que solíamos ser, si la distancia es permanente. Muchas de las personas que consulté me dieron respuestas de esa índole. Pero quien les habla, alejará a la distancia de los lamentos, de la tristeza y la esbozará más bien como una necesidad que debe ser satisfecha en muchas ocasiones de la vida.

Para hacerlo comenzaré con el distanciamiento necesario (e inevitable muchas veces) que existe entre la vida y la muerte, en estos aspectos no debe interponerse el sentimiento de egoísmo. Las personas no pueden cruzar este tipo de distancias por más que así lo quisieran. La conciencia e impacto que muchas veces la muerte nos genera, no nos permite ver que aquella persona si debía irse y esto, se debe a que estamos demasiados ocupados y ocupadas en contener el corazón roto de aquella pérdida irreparable. Esto lo digo con conocimiento de causa, tanto mi abuela como abuelo padecían enfermedades que no poseían cura. Cuando ya no estuvieron físicamente a mi lado, me enojé demasiado con la vida. No podía comprender y veía todo negro. Fui egoísta y dejé que ambas noticias golpeen y desarmen parte de mi esencia. Con el pasar del tiempo logré comprender y aprender a partir de los hermosos recuerdos que guardo en mi memoria, que la partida de ambos fue necesaria. Esos dulces ojos negros de mi abuela ya no eran los mismos, no pronunciaban y no transmitían esos sabios consejos que solo ella sabía darme; su cuerpo ya no irradiaba esa luminosidad y alegría que tanto la caracterizaba, el tiempo y esa maldita enfermedad lograron sacarle toda esa bella naturaleza que la constituía. Y yo ahora logro darme cuenta de eso, ella no era la misma. Al igual que mi abuelo, él solía ser de esas personas que no pueden estar sin hacer cosas todo el tiempo (el ‘culo inquieto’ le decíamos). Amaba hacer asados y contar historias de su vida pasada como navegante. El tiempo pasó e hizo lo que quiso con él, añoraba con regresar a la tierra que lo había visto crecer (Posadas, Capital de la provincia de Misiones) y encontrarse con su familia (madre, hermanos, hermanas, tíos, tías, etc.), que claro está, ninguno de ellos estaba vivo. Mi abuelo era el menor de su familia, pero no podía recordar eso, ni a ninguno de nosotros. Parecía encontrarse en una máquina del tiempo de la que solo por momentos lograba bajarse. Para nada era el relator de historias, experto en asados y ‘culo inquieto’ que yo amaba tener en mi vida y en mis días cotidianos. Me costó mucho poder entenderlo, pero era necesario que yo los deje ir, y esa distancia que nos separa, no olvida lo que mi corazón recuerda.

Otra y quizás más discutida, es la distancia necesaria de personas. Acá es donde ustedes me preguntan: ¿de todas las personas? ¿De qué personas es necesario alejarme tomando distancia? A lo que mi respuesta siempre será la misma: alejarse de algunas personas es cuidarse.  Son las que en vez de sumar, restan. Pero no se confundan que estoy en contra de las relaciones humanas, estas son maravillosas; sino que mi referencia es a las personas complicadas, que nos interpelan; que manipulan a conveniencia; crueles por naturaleza; desagradecidos e ingratos; malintencionados y mezquinos. Con la distancia los sentimientos logran enfriarse, los lamentos quedan de lado y vuelve a pertenecernos ese corazón frío, roto (que nunca debió existir), que residió y estuvo contenido en un puño. Además también, logran cerrarse ciclos, superar la independencia emocional que nos construimos. La distancia de personas por supuesto que nos pone tristes, pero sin dudas puede sacar la mejor resiliencia de nosotros ya que, los espacios nos permiten florecer porque nos brinda perspectiva y hasta objetividad, logrando dejar al amargo pasado atrás.

Otro tipo de distancia de la cual aprendí hace no tanto tiempo, es la de lugares. Y para esbozarla tengo una particular historia de vida, no es mía, sino de mi tía (hermana de mi papá). Silvina (nacida en la provincia de Santiago del Estero) en el año 2001 (un año antes de mi nacimiento), cuando Argentina atravesaba una de las peores crisis económicas, decide emigrar a Estados Unidos con el objetivo de conseguir algo tan simple como un empleo (cabe destacar que esa fue la idea primera). Fue sola, sin saber hablar el idioma, con tan solo el pasaporte, una pequeña valija y sus cortos 24 años de edad. Pero el tiempo fue una especie de maestro o profesor (como prefieran llamarlo) y le enseñó la forma de adaptarse y fue así, como logró hace ya veinte años residir en el mencionado país y no volver a su nación. Su forma de vida siempre fue algo que llamó mi atención porque no lograba entenderla y además, yo estaba cargada de prejuicios. Pero eso fue hasta que yo la conocí, estuve en su casa y conviví con su hermosa familia. Y necesariamente y por motu proprio tuve que alejarme de los prejuicios para poder entender que cada quien construye su camino para ser feliz, y que la distancia muchas veces es parte de ello.

Esos días que tuve el agrado de ser parte de la vida de Silvina, fue gracias a esas decisiones y elecciones acertadas que una hace y no se arrepiente. Conocerla me dio una perspectiva de la distancia que yo nunca logré ver y entender, pensaba que ella era egoísta por haber dejado a su familia (madre y hermanos, porque ella era soltera y no tenía hijos cuando se fue) y que vivir tan lejos era una idea descabellada que yo no soy ni sería capaz de concretar. Nada más lejos de eso, ella es la persona más buena y menos egoísta que existe dentro de mi familia. Por ello, caí en la cuenta que la distancia de su país le sirvió para:  construir (se); cumplir el sueño de formar una familia; cometer errores y también arrepentirse de ellos; extrañar (se); revivir momentos (porque no está muerto lo que no se olvida: los recuerdos); experimentar otra cultura y adaptarse a ella; conocer gente nueva que logró convertirse en familia por elección; estar triste porque no sale una buena, para luego, estar feliz y orgullosa al mismo tiempo al ver todo lo conseguido; para aprender cosas nuevas, pero que ello nunca implique bajar los brazos. A Silvina la distancia de su familia y su tierra nunca la limitó, siempre por más. Esta resultó positiva para su nueva vida porque logró potenciar un lado de ella que nunca pensó haber tenido, y la trató siempre como una forma de escalera para alcanzar parte de sus sueños e hizo todo lo posible para esa la aflicción de no poder estar físicamente con su familia sea el motor para decirse a sí misma, que cada vez falta menos para estar todos juntos en un mismo espacio. Por lo tanto, me da paso para concluir que para mi tía, esta distancia necesaria del lugar que fue testigo ciego de su infancia y adolescencia (y cito a Amélie Nothomb) es “una nostalgia feliz que nos acerca a un pasado”, una existencial y presente, pero al fin y al cabo es feliz.

Por eso permítanme que les diga que la distancia obligada o no, siempre es necesaria. Alejarse no es huir. Y principalmente cuando la lejanía tiene que ver con: lo que oprime; limita; pesa; lo monótono; el hartazgo; de lo que resta y no suma; los prejuicios; nuestras inseguridades y de algunas personas. Retirarse es necesario para encontrase, para extrañar (se), para pensar con mayor claridad y para estar solo/a por unos instantes, de lo que para nosotros/as en ese momento, es abrumante.

Ahora les pregunto… si el cuerpo toma distancia, ¿seguirá sintiéndose reprimido?

 

CLARA SEQUEIRA.

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