Diario de escritura: entre pesadilla va y pesadilla viene, todo se disuelve
No me
acuerdo si me dijeron o lo leí alguna vez por ahí, pero sé que soñar con
serpientes, con la caída de mis propios dientes, con agua sucia y con sapos supone
mala suerte. Hacerlo con excremento y con peces por el contrario, supone buena
suerte y abundancia. Soy de creer en esas cosas (en algunas) porque suelo ser
una supersticiosa empedernida. Tengo cábalas, no pasó por debajo de las
escaleras, si se me cae la sal tiró un poco de ella para atrás sin mirar, suelo
llevar cintas rojas y demás cosas que se pueda imaginar (excepto lo de los
gatos negros, esos me encantan).
Ahora yendo
a los sueños, y más específicamente a mis pesadillas no muchas veces suelen
tener sentido, tampoco yo les encuentro un significado gratificante, lo que no
voy a negar que he soñado cosas que luego sucedieron o haber tenido aquellos
famosos dejà vú que quién no los tuvo alguna vez en su vida.
Cuando me
despierto y pasando un corto lapso rara vez suelo recordarlas, pero creo que
eso a todo el mundo le pasa, por ello comencé a no solo a anotarlas sino que
también les pedí a mis amigos y familia que también lo hiciera. A partir de
ello salió algo como esto:
Sueño propio: “Los dientes”
Me
encontraba en mi casa, tengo la sensación de que es un día lluvioso y gris
porque las ventanas permanecían empañadas y no entraba el cotidiano sol que
ilumina el comedor, yo estaba sola, mi familia se habían ido a un lugar todos
juntos (no recuerdo muy bien a dónde, pero yo me quedé a preparar el almuerzo).
Como me es de costumbre y casi por inercia ya, prendo el equipo de música que
tengo en un pequeño rincón, para que no esté todo en silencio y que ese día tan
gris suponga refulgencia de alguna forma u otra. Transcurrido un corto lapso,
voy a morder un pan para probar el sabor de la comida que estaba preparando y
veo como mi diente queda incrustado en el. Quedo perpleja, inmóvil, no sabía
que hacer o a quién recurrir. Seguido de ello voy al espejo, toco otro de mis
dientes, también se cae. Y así con todos, uno por uno, hasta que no quedo
ninguno.
Intento correr hacia la puerta, pero antes me detengo en la
ventana. Parecía que el cielo se vendría abajo. Casi no se podía ver de la
cantidad de agua que caía. Sin más remedio y con la resignación asumida, me
quedé con el sonido de música de fondo y sentada en el piso, hasta que por fin
la alarma me despertó.
Sueño
ajeno: “La gigantografía”
Este sueño
me lo contó una amiga.
Estaban
unos amigos de ella, ella, una amiga de ambas y yo en el patio trasero de su
casa. Uno de ellos nos muestra una foto en el que estábamos tres de nosotras,
nos reímos y nos pareció extraño de porqué tendría una foto impresa de ese
estilo, pero lo dejamos pasar. Al rato aquella foto pequeña comenzó a hacerse
cada vez más grande, hasta convertirse en el tamaño de una alfombra que
llevaron y colocaron en el lugar donde estábamos parados todos y todas.
Al momento
de contármelo yo me reí muchísimo, pero dice que en el sueño nosotras estabamos
perplejas del miedo, no podíamos entender porque ellos hacían eso y porque la
foto sin explicación alguna se hacía cada vez más grande.
Sueño
propio: “El tren”
Estábamos
en una estación de tren con mi papá y mi hermano, el destino hacia donde nos
dirigíamos es incierto, o por lo menos ninguno lo menciona. Mi hermano y yo
éramos pequeños, parecía que era un viaje al pasado. Yo observaba a mi papá y
lo veía como solía verlo cuando tenía 5 años, alto, muy alto (claramente no es
así). Una persona que es capaz de hacer y alcanzar cosas que yo no.
Sacamos los
boletos (no existía lo que conocemos hoy: la sube) y nos subimos los tres, nos
sentamos separados, pero no lejanos, lográbamos vernos. Luego comenzó a
llenarse y el conductor nos habló por un parlante, dijo que nos dispersemos y
cerremos las ventanillas porque no podía parar en las próximas paradas, que
mantengamos la calma porque él sería capaz de resolver el desperfecto que el
tren tenía. Todos permanecimos en nuestros asientos, pero mi papá no satisfecho
con aquel anuncio fue hasta su cabina para que le diera más información.
Lo veo
regresar, con su cara blanca como un papel, inexpresivo. Se nos acerca y nos
dice que algo tenemos que hacer para salvar nuestras vidas. El tren no tenía
frenos. Tendríamos que hacer algo de forma disimulada, no tendríamos que
alterar a todos los pasajeros con semejante noticia. Había que hacer algo, pero
no teníamos bien en claro qué. Él trataba de calmarnos porque nosotros no
podíamos parar de llorar del miedo que una muerte temprana nos anticipaba. Una
señora escucha a mi papá lo que el maquinista omitió en aquel anuncio por el
altoparlante. Comienza a gritar y en cuestión de minutos la noticia llega hasta
la última persona del ultimo vagón, ya todo es descontrol y desesperación a
esas alturas de la circunstancia. Pero nada se podía hacer, el tren venía a una
inmensa velocidad. Intentar algo era una muerte segura. Y así fue, pero no
porque alguien haya intentado algo sino porque las vías estaban llegando a su
fin, pero mi papá si ideó un plan.
Cuando las vías llegaron a su fin, él lagrimeando nos dice que nosotros teníamos que vivir porque teníamos mucho por delante, que nos olvidemos que hará porque nos ama. —¿Qué cosa?— Nos preguntamos, y nos arroja por la ventana de aquel tren que culminó por estrellarse contra aquella montaña. Nosotros caímos en una especie de río. No podíamos parar de llorar. Sacrifico su vida para salvar la de ambos.
Me desperté
con lágrimas en los ojos.
Sueño
ajeno: “Si hubiera hecho las cosas diferente”
Era una
tarde calurosa de verano, yo caminaba por mi barrio, con el plan primero de hacer las compras del mes. El sol era algo
de no soportar, por eso decidí tomar la cuadra que está plagada de árboles, la
misma en donde se ubica la comisaria. En el transcurso me compro una botella de
agua en el kiosco de aquella señora de rulos con voz chillona y amable. No tuve
que haberme detenido… si tan solo hubiera tomado la cuadra por las que habituó,
si el clima hubiera sido otro, si las compras del mes las hacia otro día, si
solo hubiera comprado el agua y no me detenía a escuchar a aquella señora que
me hablaba de su perro (y yo hablarle del mío). Tan solo así, no hubiera sido
parte de aquel asalto, no sería testigo y víctima. No hubiera muerto en el
acto, por ese disparo certero, en mí garganta.
Me desperté ahogada, de un salto. Y lo primero que hice fue tomarme la garganta.
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